Ricardo Vidort era un mentor para Liz Haight. A través de los años se acercaron y se hicieron amigos queridos. Liz sintió el gran y especial don que Ricardo llevaba en su interior y decidió invitarlo a Santa Fe, Nuevo México.
Los Enigmas
Yo que ahora estoy cantando
seré mañana el misterioso, el muerto,
el morador de un mágico y desierto
orbe sin antes ni después ni cuando.
Así afirma la mística. Me creo
indigno del Infierno o de la Gloria,
pero nada predigo. Nuestra historia
cambia como las formas de Proteo.
Qué erante laberinto, qué blancura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura
la curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
ser para siempre; pero no haber sido.
Jorge Luis Borges
La foto era pequeña: un hombre parado en la puerta, sonriendo levemente. Era un volante que anunciaba la llegada de Ricardo Vidort a Santa Fe, Nuevo México. Seguí mirándola cada día… preguntándome POR QUÉ. Pasaron dos semanas y Ricardo Vidort llegó para dar talleres de tango. Fue invitado por Liz Haight, mi profesora de aquel momento.
Liz había estudiado con Ricardo por varios años y quería llevar su enseñanza a Nuevo México. Se esforzó bastante para organizar las clases privadas y los talleres de tres semanas. Constantemente lo alababa como el único a quien valía la pena conocer y con quien estudiar, mientras estaba vivo. Ricardo estaba terminalmente enfermo.
Cuando nos conocimos no sabía mucho de tango. Había bailado un poco, explorando el sentimiento que la música de tango me inspiraba… Sabía que tenía que tomar clases con el maestro que Liz describió como único. Me intrigaba haber escuchado que había viajado al Oriente a sus treinta años. Había vivido en monasterios de China, India y Japón durante seis años. Buscaba aprender y vivir la experiencia de otras filosofías. Ricardo practicaba Tai Chi a diario. Era licenciado en Parapsicología. No había conocido sus padres. Fue criado por sus abuelos paternos. Yo no quería perder la oportunidad de aprender con este hombre.
Llegó el día de mi primera clase. Conocí a un argentino que se parecía totalmente al hombre de la foto que durante días no dejaba de mirar sin darme cuenta de lo que estaba haciendo. Empezó la clase de manera muy encantadora y natural a la vez. Hablaba y paraba para bailar conmigo. Tenía que descansar porque le resultaba difícil respirar, luego la clase seguía. Las palabras con las que describía el tango eran simples y llenas de sentimiento. Ricardo bailaba hasta cuando estaba sentado, moviendo el cuerpo con la música.
Me permitió elegir las orquestas de mi preferencia. La primera vez que me abrazó, me invadió un sentimiento inexplicable. La sensación de su abrazo era incomparable, pero todavía había algo más … sentí la belleza de ser abrumada con su espíritu y su energía. De repente el tiempo cesó de existir, sentí intensamente presente … Su abrazo era firme, natural y sin embargo seguro, me sentía calmada en sus brazos. Ricardo se sorprendió de lo liviana que era, seguía contándome sobre tango, me animaba a escuchar la música, luego, me pidió caminar con la música, escuchando el rítmo, sin pensar en los pasos. Era una tarea muy intimidante y difícil para mí, no estaba segura de lo que él pensaría. Ricardo no dejaba de mirarme, y mi corazón latía cada vez más fuerte…
Durante la primera clase me dijo que era un huérfano, críado por sus abuelos paternos. Él no conoció a sus padres. Ricardo adoraba a su abuela y siempre tuvo su foto al lado suyo.
También me dijo que desde hace un par de años vivía con cáncer de pulmón… Un sentimiento desconocido nació en mi corazón. Jugaba juegos en mi propia mente, diciéndome a mí misma que eso era ridículo… este hombre bajo, con pelo blanco, mayor, con su panza tan cómoda para bailar… la diferencia de edad presentaba un obstáculo, a pesar de eso, el sentimiento en mi corazón me empujaba hacia él, me impacientaba por la siguiente clase, temblaba antes que me abrazara; cuando nuestras mejillas se tocaban, el mundo dejaba de existir, intuitivamente sentía que tenía que seguir…
Al saber que Liz había contraído un compromiso más bien agotador trayendo a Ricardo, me ofrecí a hacer una cena. La noche llegó, estaba esperándolo con un latido de corazón diferente, mi mente se llenaba con más preguntas, negaba el nuevo sentimiento que penetraba todo mi ser… todo era en vano, estaba invadida por una irresistible fuerza que me atraía a estar en su presencia. Aquella noche, Ricardo se quedó para escuchar jazz conmigo… Aretha Franklin, Diana Ross y Ray Charles nos llevaron hacia …
Unos días más tarde, viajé a Polonia, Ricardo se fue a Toronto a visitar Oscar Casas y a su pareja Mariann, nos encontramos un mes después para vivir juntos y no me importaba nada, una nueva compresión se cristalizaba en mí… me dominaba una sensación de un amor incondicional por un hombre que era un enfermo terminal… él era tan diferente de mí.
Cada día estaba lleno de sentimientos, entendimiento mutuo y de saber qué era esencial, nuestras almas se entrelazaban, sus diferencias eran adorables para mí. Ambos habíamos añorado esta intimidad, y compartíamos cada momento del día, de la manera más amorosa y con aceptación, no había ni lugar ni necesidad de criticar, enojarse o impacientarse, simplemente, disfrutábamos de estar juntos. A Ricardo también le gustaba la música clásica, especialmente la música para violín. Siempre admirado, solía preguntar “cómo es posible?”
Cuando nos separábamos, nos escribíamos. En un año intercambiamos más de ciento veinte mails llenos de amor que sentíamos en nuestros corazones.
Ricardo tenía una presencia y carisma no solo como bailarín, sino como ser humano, estar en cuya compañía era una delicia. Era firme en sus creencias y en su conocimiento de las vías del tango, y su convicción era tan intensa que nunca evitaba la polémica, si uno estaba en desacuerdo con él. Quienes bailaron con él, lo conocieron, tomaron clases con él o incluso quienes meramente lo vieron bailar, lo reviven en su memoria, en sus conversaciones, y en su aspiración hacia la excelencia. Ricardo impactó a muchos bailarines.
Ricardo bailó durante 63 años, siempre fiel a sus sentimientos. Nunca bailó para el público, siempre para su pareja. La improvisación era natural en su estilo, era totalmente elegante en su baile, Ricardo era la encarnación de la esencia misma del tango. “Qué tango!”, solía decir cada vez que escuchaba la música, por más que había bailado durante más de 60 años; su sentimiento, su pasión y su amor por el tango impregnó todo su ser.
Su hija, Solange, me contó que hubo ocasiones en su vida en que tuvo que caminar 6 horas para volver a su casa, en Bernal, después de la milonga, “por su pasión por el tango”, me comentó ella. El dinero no sobraba, pero el fuego en su corazón nunca perdió su llama. El espíritu generoso de Ricardo y su naturaleza le permitieron enseñar con una paciencia incomparable y con una habilidad para descubrir el sentimiento en cada persona; nunca se preocupó por los pasos o las figuras, siempre transmitía la esencia del tango, con su mirada suave y penetrante, veía la fuerza y la debilidad de uno, Ricardo no dejaba de animar a uno a sentir.
Durante el tiempo de nuestro encuentro místico, Ricardo expresó varios pensamientos que empecé a entender después de su muerte. Vivir su mundo a través del baile y las conversaciones en las milongas fueron para mí, maneras fascinantes de conocer la cultura del tango.
Ricardo tenía una presencia llamativa. Su energía era contagiosa. Yo todavía añoro sus ojos … esperando que alcancen mi alma . El sentimiento de su energía siempre permanecerá en mi ser. Cuanto más investigo sobre el tango, más me doy cuenta lo complejo y complicado que fue Ricardo. Su personalidad colorida reflejaba todos los aspectos de un verdadero milonguero.
Ricardo fue un hombre humilde. Una vez me contó una anécdota de cuando el vivía en un monasterio en una isla de Japón: “Los monjes estaban construyendo un jardín en la cima de una colina, teníamos que llevar grandes piedras por todo el camino hacia la punta, yo estaba agotado y furioso teniendo que hacer eso. Mencioné a uno de los monjes lo duro que era este trabajo. Mirándome con calma el monje levantó una pequeña piedra y me la dio diciendo: “Desde ahora llevá éstas… pero una por una.” Ricardo dijo que se habia quemado de verguenza …
El sentido de humor de Ricardo nunca dejaba de divertirme. Una vez estuvimos en la milonga de Denver Festival del Tango. Ricardo puso su camisa preferida de muchos colores. Un bailarín hizo un comentario con audacia, directamente a Ricardo: “Demasiada camisa para alguien de tu altura”, a que Ricardo contestó: “Porque no ves quién está dentro.”
Ricardo me reveló más de su verdadero espíritu y de su amor por su país la última vez que estuvimos en Buenos Aires, antes que falleciera. Insistió en comprar la edición más bella de un poema épico argentino “Martín Fierro” de José Hernández, basada en la cultura de versos improvisados de los gauchos que vieron su modo de vida amenazado por los cambios sociales y políticos del siglo diecinueve. Ricardo leyó el libro entero en tres mañanas, como si supiera que era su última oportunidad de hacerlo.
Ricardo tenía setenta y seis años y yo cincuenta y seis cuando nos encontramos. Yo compartí el último año de su vida, pero parece como si hubiéramos vivido cien años juntos.
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Encontré algunas cartas que Ricardo me había escrito en las últimas semanas de su vida.
Santa Fe, 19 de febrero, 2006
Mi muy querida Ewa:
Hace solo un día que te has ido de viaje y jamás creí el enorme vacío que hay en mi vida, cuando tu no estás. Es como despertar aquí en Santa Fe y no ver los cerros y el cielo azul, toda la casa está en orden, cada cosa en su lugar, como lo has dejado, impecable, limpio pero parece como si la vida interior se hubiese ido, así me siento, mi respirar, el ver, el olor y la brisa, todo es distinto, pues … faltas tú!!!, el vacío que dejas es tan grande, imposible de llenar, pues tu eres todo lo que mi alma anhela … los silencios de la casa están llenos de ti, de tu risa, de tu andar, siempre rápido de un lado a otro, siento tu presencia en el olor de las cosas, añoro tu sonrisa, tus ojos y tu boca, tu voz que nunca para, me ayuda a vivir …
A veces seriamente pienso, cómo Dios no te puso en mi camino mucho antes, será porque eres angélica y te envió a alegrar mis últimos días?, ninguna felicidad se compara con todo lo que me das a cada instante!, siento que cada instante contigo, me redime de culpas pasadas … eres realmente mi Ángel, ese que todo lo que toca, lo hace más puro a la vista de Dios? … Polaca mía, desearía mil vidas para darte y brindarte felicidad.
Te amo, Ricardo
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Lunes, 6 de marzo, 2006
“Espero tu llegada con las mismas ansias de quien espera nacer para vivir, hoy vuelvo a respirar, a sonreír y ve el color de la vida, pues hoy, has llegado a mí! Te adoro, R”
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Me ha pasado en estos días, en que el no saber avivó los miedos y creció la falta de la paz, del pensar con razonamiento y el poder ver que hay dentro de mi ser, supe recién entonces, quiénes me aman, y sienten, y aprendí que la ausencia disminuye las pasiones pequeñas, y alimenta las grandes, lo mismo que el viento lleva las velas y aviva las hogueras. Aprendí que no es más grande quien más espacio ocupa, sino el que más vacío deja cuando se va … Y que uno no muere cuando el corazón deja de latir, sino cuando los latidos ya no tienen sentido … Te amo tanto que no encuentro forma o palabra para que lo sientas más y lamento no poder expresar lo que tengo dentro mío, como para que sepas cuánto significas para mí … He aprendido que amar es más que deseo, que mi único amor es cuando el alma necesita y hoy sé bien que sé que nada es mejor que amarte, pues eres todo lo que mi ser necesita.
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Ricardo Vidort falleció en Santa Fe, el 21 de mayo de 2006.
“Si muero con el amor que siento para ti en mi corazón, estaré lo más feliz”.
No amar a Ricardo significaría no entenderlo. Era una visión, un año de vivir, un momento inolvidable …