Capítulo 16. La Huella De Ricardo En Mi Vida

 

Érase una vez

Un día que parecía como cualquier día

Alguien como nadie llegó

E hizo de la vida algo

Que nunca será lo mismo

 

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Más de diez años pasaron y Ricardo no está con nosotros. Yendo a Buenos Aires siento más cerca su alma, el sentimiento de su energía y espíritu, que nunca me dejaron. Seguramente algún bailarín me va a seguir hablando de Ricardo de cómo le ha impactado su forma de bailar y enseñar, como algunas veces, un encuentro breve era suficiente para quedar grabado en la memoria de uno e influenciarlo en el baile, tocado por la simpleza y la elegancia de su baile, seguiría preguntándose cómo hacer para lograrlo. Casi todos los breves encuentros (aún en una sola tanda) recordaban la importancia de caminar con la música, que era algo en lo que Ricardo tanto insistía.

Desde el día que empezamos a vivir juntos, Ricardo se rehusó a bailar conmigo hasta que yo caminara con la música. Después de un par de semanas se me pasó la vergüenza. Todos los días practicaba así bajo su atenta mirada manteniendo mi cuerpo erecto y más, más erecto, el insistía, asegurando los pasos y el balance. Él me corregía ocasionalmente con una palabra acá y otra allá diciendo: “Más cadera, menos cadera, eje y eje, pasos más chicos”. Y yo continué haciéndolo así por muchos años … como si él nunca se hubiera ido.

Me encanta siempre caminar con la música. Él me transmitió esta simplicidad del baile y yo amo esos momentos cuando un bailarín camina conmigo por todo el piso. Ricardo solía decir que caminar en el tango debe ser como caminar en la calle, liviano y sin esfuerzo. El recuerdo de caminar con Ricardo por las calles de Buenos Aires, notando con sorpresa que él casi ni siquiera tocaba la vereda, es un recuerdo muy querido para mi.

Con el tiempo yo pienso en el hecho de ser un milonguero, lo que esto implica y también el sacrificio que requiere vivir la vida para la milonga … cada noche, siguiendo la pasión, viviendo el día, anticipando el placer de la noche.

Habiendo vivido de esa manera con Ricardo encontré en la milonga un respiro de las tribulaciones diarias, siempre recordando aquellos tiempos en los cuales la frecuentamos juntos, dejando todo para gozar por unas horas simplemente bailando o observando la pista. Y cada vez que escucho a su orquesta favorita el vuelve a mi … lo veo apagando su cigarillo y mirándome con sus querendones y oscuros ojos, listo para bailar conmigo.

Ricardo tenía la presencia y el carisma, no solo como bailarín sino como ser humano con quien se disfrutaba de su compañía. Yo siempre lo añoro, siempre quisiera tenerlo a mi lado en su silla de ruedas, si él lo “hubiera querido” … Recuerdo su ternura, su sonrisa que yo sentía como los rayos del sol. Extraño sus ojos llenos de amor y comprensión que tenían la habilidad de entrar en mi alma. Las palabras son escasas para expresar este sentimiento de añorar a alguien que está tan cerca y al mismo tiempo tan lejos.

Ricardo amaba enseñar. Como todos los milongueros de su generación, el empezó a enseñar ya mayor. El solía decir de su baile: “Me doy al 100%” y lo mismo en su enseñanza. Muchas veces lo observaba en una clase viendo lo astuto de su observaciones, su manera de corregír una y mil veces hasta que sentía que era lo correcto. El dibujaba paralelos que le permitían a uno entrar más profundamente en el sentimiento de sus movimientos. Las metáforas eran pintorescas, permitiéndole a uno visualizar una mejor manera de expresarse, manteniendo el compás y dandole expresión a la cadencia.

Él sentía que en 7 clases te podía transmitir todo lo que él tenía para ofrecer. Fue uno de esos milongueros que no le importaba ganar dinero mas allá de lo necesario. Ricardo fue generoso con su tiempo pero esperaba que tu practicaras en tu propio tiempo. El conocía el valor de sus enseñanzas pero nunca se aprovechó de eso. Ricardo mantuvo en perspectiva su vida de milonguero, viviendo su pasión en el espectro completo de color,  sin perder su integridad en vista del cambio que ocurría en el mundo del tango. Ir a las milongas y bailar con muchos bailarines era su recomendación. El decía: “La pista te da la oportunidad de desarollar tu propio estilo”.

Ricardo insistía que el tango es un sentimiento que se baila. “No pienses en los pasos”, decía él. Varios estudiantes me hicieron el comentario que la lección mas difícil que tuvieron con Ricardo, fue cuando los hizo caminar con la música por una hora entera … clase trás clase.

Ricardo me enseñó que sumergirse en la música es la única forma de no pensar en  los pasos.

Él me habló acerca de los códigos en la milonga explicándome que sus aspectos más enigmáticos y furtivos permiten que nadie se sienta con vergüenza. Hasta que tú no cumplas con esos códigos tu sigues siendo alguien de afuera. Ricardo fue persitente en transmitirme los códigos. Él quería que yo fuera respetada en las milongas y diría: “Elegir con quién bailar debe ser discreto y no insistente. Es la elección de la mujer con quién quiere bailar. Si en el que uno está interesado, no te mira, buscá a otro y después dále al primero otra oportunidad. Nunca te des vuelta para mirar a un bailarín. No bailes con aquel que viene a tu mesa. No hables mientras bailas. No bailes con hombres que no están bien vestidos o que no te acompañan a la mesa cuando la tanda se termina. Lo más importante es bailar bien …  Aquel que baila bien no necesita bailar todas las tandas”. Y todo esto me hace verdaderamente gozar de las milongas.

Yo siempre escucho la voz de Ricardo recordándome de la esencia del tango. Su pasión por el tango se mostró aún más para mi después de que se fue. A través de los años mi propio gusto por la música, las milongas me permitió desarrollar más mi estilo. Comencé a entender las diferentes facetas de su pasión.

Bailábamos cada día, aunque fuera por un rato. Él estaba contento, corrigiéndome gentilmente, bailando conmigo más y más. No fue hasta que Ricardo falleció que empecé a asimilar más profundamente su enseñanza, y darme cuenta como era de sutil e insisitente. La pasión de Ricardo por el tango se me reveló completamente después de su partida. Yo escucho su voz, con su tono suave y masculino, recordándome no olvidar lo que él me transmitió. Escuchar la música, que él amaba tanto, llena mis ojos de lágrimas. Los preciosos momentos compartidos juntos en las milongas se pintan vividos en mi mente una y otra vez. Sus gestos … el apagar el cigarillo con un movimiento rápido de su mano, para que sepa que estaba listo para bailar conmigo … la sonriente mirada de decepción, cuando yo eligía a otro (sin darme cuenta que él quería bailar conmigo) … la constante  cercanía de su respirar y el latido de su corazón siguen muy vivos en mí … Estoy perpleja con este hermoso sentimiento y con el sigo viviendo, profundamente agradecita por nuestro encuentro.

Ricardo solía decir que yo iría a bailar siempre que tuviera la oportunidad, pero yo no lo entendí. Hoy frecuento las milongas con diferente deseo; bailar, escuchar la música, ver a los amigos … y nunca sé cuándo él se manifestará …

Cuanto más profundizo mi experiencia del tango, más me doy cuenta que Ricardo llevaba en sí un talento sin parangón. Quedarme calma es mi vínculo con él. Él amaba la sutileza en las bailarinas. Yo he trabajado sobre este aspecto, sumergiéndome en la música, sintiendo el ritmo y la cadencia, permitiéndome ser guíada por ellos.

“Solamente de esta forma tu cuerpo y tus pies empezaran a expresarse … la improvisación sucede solo en este momento”, el volvería a repetir. Ricardo solía decir que bailaba el mismo tango cada vez de diferente manera.

Recordando su enseñanza yo trato de no decepcionarlo … a menudo preguntándole en secreto, si puede estar orgulloso de mí, veo su cara, oigo su voz y “hablo” con él … su espíritu y su energía me invaden y me dan más fuerza para vivir … El último deseo de Ricardo, que él expresó a una de mis amigas, fue: “Quisiera vivir un año más para amar a Ewa”.

Para mí es difícil de negar la fuerza y el sentimiento de amor que me llevaron a escribir. Ricardo está siempre presente en mi vida diaria. Su emanación era radiante. Él era magnánimo y en su corazón amaba su libertad. Ricardo vivió verdaderamente el momento … Su espíritu es recordado por todos aquellos que lo conocieron. Ricardo nunca dijo: “No quiero”, en su lugar yo escuchaba: “No lo siento”. Esta suave expresión dejó una huella en mí. También me decía: “Quiero dejarte, mi amor, para que sigas en la vida”. Soy realmente muy feliz por haber sentido esta experiencia a través de mi verdadero ser, sin ningún temor. Él me atrajo sintiendo en mí un espíritu afín, encontrando paralelos en mí que me ayudaron a contestar la pregunta POR QUÉ?

En su bolsa, entre muchos papeles, cartas personales y notas, encontré un libro sin tapa (el mismo que yo también tenía). Su libro tuvo señales de mucho uso … las páginas amarillentas y arugadas, los rincones rizados. Era El Bhagavad Gita. Yo le estuve leyendo sus líneas al lado de su cama de muerte, y continué haciéndolo por días después de su fallecimiento …

En haber vivido con Ricardo la experiencia de la aproximación de la muerte, nuestro misterio se cristalizó … El poema del poeta Sufi, Rumi, me parece una forma simple de explicarlo …

Con amor no puedes negociar,

allá lo escogido no es tuyo.

Amor es un espejo,

que solo refleja tu esencia,

si tienes el coraje para mirarle en la cara.

Gracias a ti, Ricardo, por compartir conmigo tu auténtico ser, sin dudar.

El ápice

No te habrá de salvar lo que dejaron

escrito aquellos que tu miedo implora;

no eres los otros y te ves ahora

centro del laberitno que tramaron

tus pasos. No te salva la agonía

de Jesús o de Sócrates ni del fuerte

Siddharta de oro que aceptó la muerte

en un jardín, al declinar el día.

Polvo también es la palabra escrita

por tu mano o el verbo pronunciado

por tu boca. No hay lástima en el Hado

y la noche de Dios es infinita.

Tu materia es el tiempo, el incesante

tiempo. Eres cada solitario instante.

 

  Jorge Luis Borges

 

 

 

 

 

 

 

Published on 21/09/2017 at 12:47 am  Comments Off on Capítulo 16. La Huella De Ricardo En Mi Vida  
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